Fuera pirotecnia y complacencias para el público. Lo que hacen Dylan y los músicos que le acompañan es legítimo y por lo mismo no necesita un despliegue de shows experimentales, publicidad explosiva o managers ridículos tratando de descubrir qué es lo que más le interesa a la gente, hoy. No tiene que pasar por las vicisitudes de banditas instantáneas de ‘agregue agua y sirva’ que luego son depositadas en una letrina de lujo. -¡Arcade Fire!. Dice JQ.
Para un corazón abierto y dispuesto a recibir, Dylan ofrecerá más dudas sobre él mismo y la satisfactoria certeza de saber que no todo está hecho y que cada imagen del mundo puede ser reinventada interminablemente.
El 26 y 27 de febrero de 2008 los 18.000 presentes fuimos dioses, dispusimos nuestros oídos para recibir todo lo que Dylan lanzaba y reacomodarlo en nuestro imaginario de la manera que se nos viniera en gana. Y es que no importa cuántas veces hemos escuchado la misma versión en estudio de Like a rolling stone o cuántas veces ha sido versionada, lo importante es que él siempre ofrece lo suyo como algo que permite ser transformado por quienes le escuchan. Aun así, su música conserva la emoción heredada de los que han disfrutado sus joyas una y mil veces.