Corazón de Res

I, Me and Myself

Shangri-La, La la la
Bla bla bla, etc.

martes, 8 de julio de 2008

Canta pajarito

Liz Green corre el peligro de ser relacionada con Devendra Banhart, Regina Spektor y acaso CocoRosie. Pero yo escucho a una trovadora que no se vale del azote -bueno, un poco-. Neo-hipster o Weird Folk son términos que caben en los nuevos cánones perezosos y el afán por encasillarlo todo; la nueva bohemia pero sin ladillas, escenarios muy comunes en la era del Punk sin caries, el Jazz sin alma y el Rhythm & Blues de chocolate prefabricado -véase Beyoncé-. Esto no ha de causar sorpresa, la era de las vanguardias nos sobrepasó hace mucho y parece que la sencillez que nos asombra se limita a luchar contra El Barroco.

Me gustan los extremos. Me gustan las distorsiones eléctricas y devolver el estómago, pero también las guitarras de palo y una voz sin coros (Hay que padecer algunos de los terribles coros para Buddy Holly o Sam Cooke inducidos por sus productores).

Así que no lucharé contra Liz Green, purista entonada -quizá sin que ella misma lo sepa-, saca provecho de alguna emoción a través de su voz cuando la ahoga. Tampoco lucharé contra el olvido, pues, es probable que la abandone en breve. Regina Spektor debería aprender de Liz en qué punto parar para no dejarse llevar por el efectismo de la respiración, su cavidad y las cuerdas vocales. Devendra Banhart debería escucharla para saber en que punto frenar el temblor de su voz chillona y de paso procurarse una piel tersa 100% libre de vello. Si me refiero a Ray LaMontagne y José González me extiendo y me desmayo. Bien, quizá Liz no se salvará de pertenecer a esa banda pero gracias por ser una excusa para permitirme divagar.

Ahora es tiempo de escuchar a Shirley & Dolly Collins y a Tiny Tim. Muy pertinentes. No son capricho. Le van muy bien a este textillo.

MySpace

Discográfica

.

miércoles, 23 de abril de 2008

Tokio fucking blues

Voy a dejar dos libros en el vagón del metro para que suertudo y desafortunado los recojan.

El primero me parece maravilloso: Autopsias rápidas de Jorge Ibargüengoitia . El segundo es Tokio blues (Norwegian Wood) de Haruki Murakami y me parece _____. La enseña moral de tal abandono es que deben ser ejemplares bien apreciados por el donante. El último no posee tal insignia.

Tokio blues es apropiado para aquellos que “aman a las mujeres que resultan hermosas por hipersensibles, inadaptadas y freaks y porque sus historias las vuelven únicas” (1) ¡Payasada número uno! También para quienes disfrutan del “drama posmoderno” !Payasada número 2! A la historia se le puede encajar banda sonora sin mayor esfuerzo: neofolkies tipo Devendra Banhart o cantantes y bandas precocidas tipo Carla Bruni y Au Revoir Simone. Para recrear un poco más el ambiente se puede proyectar algo de Sofia Coppola y 2046 de Wong Kar Wai (aprecio más otras de él). ¡Vaya, qué martirio multi-culturi-media me he creado!

El libro de Ibargüengoitia induce la risa a cada párrafo, acerca la realidad con ironía y su contenido es vigente -con los años que lleva encima-. Si existieran Monty Python's por éstos lares, seguramente él habría pertenecido al combo. Será duro desprenderme del libro, espero que encienda chispa en otros.

En cada ejemplar debo dejar mis datos para luego comentar el libro con suertudo y desafortunado. Al de Murakami sólo debo agregar una nota que iría más o menos así: “Yo limpiaría mi cola esnob con las páginas de éste libro”.


(1) Una reseña demasiado benévola

A propósito del día Internacional del libro

Iniciación al Chile

El 23 de agosto fue una fecha insólita. Nació Clara Godoy, la única ojiclara que conozco de su familia; adoptamos a Sandie y Dusty y me inicié en el chile. No sobra decir que estos tres sucesos cambiaron mi vida por completo.

Cuando quiero recordar el sabor de mis desayunos colombianos, voy a un café y pido huevos a la mexicana, pero sin picante. Su preparación es similar a la de los huevos pericos (con tomate y cebolla) pero en México agregan a la mezcla chile de árbol en rodajas. Tras vivir un año y medio en el Distrito Federal mi lengua se volvió más resistente a la agresión del fruto. Este tipo de masoquismo se practica en todos los niveles sociales, desde edad temprana y durante cualquier estación climática.

El sábado 23 de agosto de 2008, la nueva costumbre me impulsó a pedir huevos a la mexicana con todos sus ingredientes. Ese fue el inicio de, apelando al cliché, un viaje sin retorno.

Debo empezar por la sentencia de que el chile es traicionero. Un mismo fruto puede tener zonas más o menos picantes y las semillas pueden ser detonantes. De igual forma hay días en que la lengua puede estar más o menos dispuesta, es cuestión de ánimo. Aquél sábado yo estaba más que relajada.

Sirvieron los huevos y empecé por catar el fruto con la punta de la lengua, en el caso de principiantes como yo, la prudencia es gran aliada. Al notar mi resistencia, mordí un trocito, lo acaricié con los dientes y dejé que bailara un rato en mi boca. Delicioso. Este tipo de chile ejerce un poder vivificante, si estas dormido te despierta; es más efectivo que el café -de todas formas no creo mucho en los efectos antinarcóticos del líquido-.

Empecé a comerme los huevos sintiendo de vez en cuando un piquetito coqueto en la boca. Cuando estaba a punto de terminar tomé un bocado grande y tras la primera mordida algo se disparó. En milésimas de segundo supe que lo inevitable pasaría y no tendría posibilidad de escapar. Atrapada entre la lengua y la garganta tenía a la primera –espero que no sea la última– enchilada más seria de toda mi vida.

Escupir habría sido inútil, desagradable y cobarde. Miré a Jesús con ojos de linterna, entré en pánico silencioso. Mi cuerpo empezó a reaccionar; como si fuera a salir propulsada me aferré a la silla y empecé a patalear con tacones ahogados. La semilla masticada pellizcaba mi lengua; su venganza era evidente, el dolor era agudo. En menos de un segundo pasaron imágenes tétricas por mi cabeza; me vi regurgitando, revolcándome en el suelo tratando de no ahogarme, pidiendo sal, agua y dulce, inyectándome suero y expulsando a los mil demonios.

Mientras mi mente se oponía y satanizaba la experiencia, un brillito le dio vuelta a mi cabeza y entre zumbidos dio a entender que yo podía controlar la situación. Inmediatamente me recosté en la silla, me aferré aun más a sus brazos y la tierra se abrió. Un calor homogéneo palpitaba entre mi piel y los músculos irradiándose de vez en cuando hacia los órganos internos. Las glándulas se excitaron, corrieron gotas de sudor y lágrimas. La saliva brotó desesperada, mi nariz empezó a escurrir transparencias y mis oídos se destaparon. Empecé a escuchar conversaciones a mil kilómetros de distancia, en surround. Las señales de radio me atravesaron como finas lanzas dejando un cosquilleo reconfortante. Mi visión se hizo más brillante, como si hubiera bebido sol y expulsara sus rayos por las pupilas. Las palabras de Jesús, aunque incomprensibles, tenían más sentido que antes, mis vecinos sonreían.

Fueron cinco minutos de éxtasis. Mientras pasaba el efecto de la enchilada un mareo de resaca me llevó de aquí para allá entre la incertidumbre y la calma. El dolor había desaparecido y mi lengua reposaba entre los dientes, rehusándose a probar otro alimento. Un temblorcillo frío, leve asimilación de cold turkey, me preparaba para normalizar la temperatura del cuerpo.

Cuando al fin pude desprenderme de la silla y alejar el plato de huevos sin terminar supe que había entrado en la verdadera nueva era. Mi exploración por el mundo del chile apenas empieza.

viernes, 18 de abril de 2008

Reglas generales

Varias de tantas


I. Mientras vas cruzando un garaje se acerca un automóvil. El tipo o tipa que va al volante y pretende entrar pita una dos tres y hasta cinco veces (en tú oído) para que le abran la puerta.

II. Esperas el alto para cruzar una calle. Se pone el semáforo en rojo y milagrosamente los autos paran. Se te va medio minuto esperando a que terminen de pasar el señor de la bicicleta, el motociclista, el skater y un perro. Si no eres auto y, además, eres peatón, cualquiera te puede pasar por encima aunque tengas el siga.

III. La esposa, hermanita, sobrina, del vecino Panchito Perez que no tiene teléfono y por lo mismo cuando los miembros de su familia (o los cobradores) vienen a buscarlo, tienen que utilizar toda su capacidad pulmonar durante media hora de gritos para que el señor baje y les abra, si es que tienen suerte. Obviamente antes de eso han tocado en todos y cada uno de los interfonos del edificio (tres veces, solo para asegurarse).

IV. El personaje que fuma en la calle y no sabe, ni le interesa saber, que tras él va un alguien (yo) quien lucha desesperadamente por adelantar su paso. Al lado del fumador van tres gorditas (una de ellas fumando también) hablando de la telenovela y haciendo la mímica del reencuentro entre Pedro Luís y Guadalupe, lo cual resta velocidad a su paso. Justo cuando el alguien (yo) cree que logrará adelantarlos, aparece de la nada la señora de los tamales en su changarrito bien acogedor. Los fumadores y sus acompañantes paran, paran otros tres que llegan por la delantera, paran otros cinco que llegan por detrás. Todos paramos. Aprovecho para comprar un tamal y sonreír resignada.

jueves, 17 de abril de 2008

Comparaciones (muy) odiosas

Bogotá / Ciudad de México

Tengo referencias sobre pocas ciudades por contacto directo. Sólo hablo de lo que conozco (vale, a veces soy una bocazas).

Aunque en México la charlatanería es menú corriente (comida corrida) y las pasiones e impulsos circulan en un remolino perezoso y corrupto, el movimiento (sano) de las personas es más notorio. Aunque algunas organizaciones (sindicalistas especialmente) logren los favores del estado -con resultados inertes para el bien común-, aquí parecen funcionan mejor los procesos sociales. Sí, hay pobreza, vagabundería y crímenes, pero el terror, hasta ahora, no se apodera de mí.

Aquí, allí y más allá también abunda la mierda. Los vallenatos son a los buses en Bogotá lo que la (infra-) música grupera a los peseros en Ciudad de México. Los chismes degradantes, el morbo informativo -gráfico y mitológico-, son el pan diario. No niego que algunas veces disfruto de ese ambiente, pero lucho a diario -y a medias- porque no consuma lo que me queda.

Admiro a quienes pueden lidiar con la agresividad y la tristeza a su alrededor. Yo no me siento mejor si hablo con un indigente para estar más cerca de la realidad. Lograr la entrevista de un dealer en el barrio Ricaurte (Bogotá) sólo me aleja más. No me tocó vivir eso y por lo mismo no me dolió abandonar. Unos sirven, otros no.

Quizá estoy tan endurecida que ningún favor o riesgo que tome beneficia a ningún sector social y si tampoco me sirve a mi; no hay caso. Por ahora seguiremos buscando mejores lugares para vivir, claro está, sin criar. ¿Verdad?

miércoles, 9 de abril de 2008

Algo que no le interesa a nadie mas que a mi y a quienes me envian mensajes y fotos imbéciles en Facebook:

Una pequeña protesta

Nevereverevereverending club

Las escuelas deberían impartir al menos una hora semanal sobre Robert Zimmerman, no porque sea un guía o un dios, sino porque es un claro ejemplo de lo que significa ser libres -creo que de eso ya lo veta en dichos círculos-. De la misma forma que se apodera de los escenarios más grandes del mundo puede sudar con los pugilistas más humildes o disfrazarse de mujer para pasar desapercibido -entre otros mitos y realidades-. Además, “fue el primero en meter acento de alta literatura al rock con una voz no diestra, pero sí nacida desde la víscera. Su repertorio va del enojo (Masters of war) a lo bucólico (Spirit of water) hasta llegar a la venganza o la revancha (Like a rolling stone) eso es, entre otras cosas, lo que le hace grande” –JQ, ¡ohhh!–.

Fuera pirotecnia y complacencias para el público. Lo que hacen Dylan y los músicos que le acompañan es legítimo y por lo mismo no necesita un despliegue de shows experimentales, publicidad explosiva o managers ridículos tratando de descubrir qué es lo que más le interesa a la gente, hoy. No tiene que pasar por las vicisitudes de banditas instantáneas de ‘agregue agua y sirva’ que luego son depositadas en una letrina de lujo. -¡Arcade Fire!. Dice JQ.

Para un corazón abierto y dispuesto a recibir, Dylan ofrecerá más dudas sobre él mismo y la satisfactoria certeza de saber que no todo está hecho y que cada imagen del mundo puede ser reinventada interminablemente.

El 26 y 27 de febrero de 2008 los 18.000 presentes fuimos dioses, dispusimos nuestros oídos para recibir todo lo que Dylan lanzaba y reacomodarlo en nuestro imaginario de la manera que se nos viniera en gana. Y es que no importa cuántas veces hemos escuchado la misma versión en estudio de Like a rolling stone o cuántas veces ha sido versionada, lo importante es que él siempre ofrece lo suyo como algo que permite ser transformado por quienes le escuchan. Aun así, su música conserva la emoción heredada de los que han disfrutado sus joyas una y mil veces.

I don't know what I want, but I know how to get it.