I, Me and Myself

Shangri-La, La la la
Bla bla bla, etc.

miércoles, 23 de abril de 2008

Iniciación al Chile

El 23 de agosto fue una fecha insólita. Nació Clara Godoy, la única ojiclara que conozco de su familia; adoptamos a Sandie y Dusty y me inicié en el chile. No sobra decir que estos tres sucesos cambiaron mi vida por completo.

Cuando quiero recordar el sabor de mis desayunos colombianos, voy a un café y pido huevos a la mexicana, pero sin picante. Su preparación es similar a la de los huevos pericos (con tomate y cebolla) pero en México agregan a la mezcla chile de árbol en rodajas. Tras vivir un año y medio en el Distrito Federal mi lengua se volvió más resistente a la agresión del fruto. Este tipo de masoquismo se practica en todos los niveles sociales, desde edad temprana y durante cualquier estación climática.

El sábado 23 de agosto de 2008, la nueva costumbre me impulsó a pedir huevos a la mexicana con todos sus ingredientes. Ese fue el inicio de, apelando al cliché, un viaje sin retorno.

Debo empezar por la sentencia de que el chile es traicionero. Un mismo fruto puede tener zonas más o menos picantes y las semillas pueden ser detonantes. De igual forma hay días en que la lengua puede estar más o menos dispuesta, es cuestión de ánimo. Aquél sábado yo estaba más que relajada.

Sirvieron los huevos y empecé por catar el fruto con la punta de la lengua, en el caso de principiantes como yo, la prudencia es gran aliada. Al notar mi resistencia, mordí un trocito, lo acaricié con los dientes y dejé que bailara un rato en mi boca. Delicioso. Este tipo de chile ejerce un poder vivificante, si estas dormido te despierta; es más efectivo que el café -de todas formas no creo mucho en los efectos antinarcóticos del líquido-.

Empecé a comerme los huevos sintiendo de vez en cuando un piquetito coqueto en la boca. Cuando estaba a punto de terminar tomé un bocado grande y tras la primera mordida algo se disparó. En milésimas de segundo supe que lo inevitable pasaría y no tendría posibilidad de escapar. Atrapada entre la lengua y la garganta tenía a la primera –espero que no sea la última– enchilada más seria de toda mi vida.

Escupir habría sido inútil, desagradable y cobarde. Miré a Jesús con ojos de linterna, entré en pánico silencioso. Mi cuerpo empezó a reaccionar; como si fuera a salir propulsada me aferré a la silla y empecé a patalear con tacones ahogados. La semilla masticada pellizcaba mi lengua; su venganza era evidente, el dolor era agudo. En menos de un segundo pasaron imágenes tétricas por mi cabeza; me vi regurgitando, revolcándome en el suelo tratando de no ahogarme, pidiendo sal, agua y dulce, inyectándome suero y expulsando a los mil demonios.

Mientras mi mente se oponía y satanizaba la experiencia, un brillito le dio vuelta a mi cabeza y entre zumbidos dio a entender que yo podía controlar la situación. Inmediatamente me recosté en la silla, me aferré aun más a sus brazos y la tierra se abrió. Un calor homogéneo palpitaba entre mi piel y los músculos irradiándose de vez en cuando hacia los órganos internos. Las glándulas se excitaron, corrieron gotas de sudor y lágrimas. La saliva brotó desesperada, mi nariz empezó a escurrir transparencias y mis oídos se destaparon. Empecé a escuchar conversaciones a mil kilómetros de distancia, en surround. Las señales de radio me atravesaron como finas lanzas dejando un cosquilleo reconfortante. Mi visión se hizo más brillante, como si hubiera bebido sol y expulsara sus rayos por las pupilas. Las palabras de Jesús, aunque incomprensibles, tenían más sentido que antes, mis vecinos sonreían.

Fueron cinco minutos de éxtasis. Mientras pasaba el efecto de la enchilada un mareo de resaca me llevó de aquí para allá entre la incertidumbre y la calma. El dolor había desaparecido y mi lengua reposaba entre los dientes, rehusándose a probar otro alimento. Un temblorcillo frío, leve asimilación de cold turkey, me preparaba para normalizar la temperatura del cuerpo.

Cuando al fin pude desprenderme de la silla y alejar el plato de huevos sin terminar supe que había entrado en la verdadera nueva era. Mi exploración por el mundo del chile apenas empieza.

I don't know what I want, but I know how to get it.